28 diciembre 2015

Mensaje del Papa Francisco para la Jornada Mundial de la Paz 2016

1. Dios no es indiferente. A Dios le importa la humanidad, Dios no la abandona.
Al comienzo del nuevo año, quisiera acompañar con esta profunda convicción los mejores deseos de abundantes bendiciones y de paz, en el signo de la esperanza, para el futuro de cada hombre y cada mujer, de cada familia, pueblo y nación del mundo, así como para los Jefes de Estado y de Gobierno y de los Responsables de las religiones. Por tanto, no perdamos la esperanza de que 2016 nos encuentre a todos firme y confiadamente comprometidos, en realizar la justicia y trabajar por la paz en los diversos ámbitos. Sí, la paz es don de Dios y obra de los hombres. La paz es don de Dios, pero confiado a todos los hombres y a todas las mujeres, llamados a llevarlo a la práctica.
Custodiar las razones de la esperanza
2.Las guerras y los atentados terroristas, con sus trágicas consecuencias, los secuestros de personas, las persecuciones por motivos étnicos o religiosos, las prevaricaciones, han marcado de hecho el año pasado, de principio a fin, multiplicándose dolorosamente en muchas regiones del mundo, hasta asumir las formas de la que podría llamar una ”tercera guerra mundial en fases”. Pero algunos acontecimientos de los años pasados y del año apenas concluido me invitan, en la perspectiva del nuevo año, a renovar la exhortación a no perder la esperanza en la capacidad del hombre de superar el mal, con la gracia de Dios, y a no caer en la resignación y en la indiferencia. Los acontecimientos a los que me refiero representan la capacidad de la humanidad de actuar con solidariedad, más allá de los intereses individualistas, de la apatía y de la indiferencia ante las situaciones críticas.

Quisiera recordar entre dichos acontecimientos el esfuerzo realizado para favorecer el encuentro de los líderes mundiales en el ámbito de la COP 21, con la finalidad de buscar nuevas vías para afrontar los cambios climáticos y proteger el bienestar de la Tierra, nuestra casa común. Esto nos remite a dos eventos precedentes de carácter global: La Conferencia Mundial de Addis Abeba para recoger fondos con el objetivo de un desarrollo sostenible del mundo, y la adopción por parte de las Naciones Unidas de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, con el objetivo de asegurar para ese año una existencia más digna para todos, sobre todo para las poblaciones pobres del planeta.
El año 2015 ha sido también especial para la Iglesia, al haberse celebrado el 50 aniversario de la publicación de dos documentos del Concilio Vaticano II que expresan de modo muy elocuente el sentido de solidaridad de la Iglesia con el mundo. El papa Juan XXIII, al inicio del Concilio, quiso abrir de par en par las ventanas de la Iglesia para que fuese más abierta la comunicación entre ella y el mundo. Los dos documentos, Nostra aetate y Gaudium et spes, son expresiones emblemáticas de la nueva relación de diálogo, solidaridad y acompañamiento que la Iglesia pretendía introducir en la humanidad. En la Declaración Nostra aetate, la Iglesia ha sido llamada a abrirse al diálogo con las expresiones religiosas no cristianas. En la Constitución pastoral Gaudium et spes, desde el momento que ”los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo”, la Iglesia deseaba instaurar un diálogo con la familia humana sobre los problemas del mundo, como signo de solidaridad y de respetuoso afecto.
En esta misma perspectiva, con el Jubileo de la Misericordia, deseo invitar a la Iglesia a rezar y trabajar para que todo cristiano pueda desarrollar un corazón humilde y compasivo, capaz de anunciar y testimoniar la misericordia, de ”perdonar y de dar”, de abrirse ”a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales, que con frecuencia el mundo moderno dramáticamente crea”, sin caer ”en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el cinismo que destruye”.
Hay muchas razones para creer en la capacidad de la humanidad que actúa conjuntamente en solidaridad, en el reconocimiento de la propia interconexión e interdependencia, preocupándose por los miembros más frágiles y la protección del bien común. Esta actitud de corresponsabilidad solidaria está en la raíz de la vocación fundamental a la fraternidad y a la vida común. La dignidad y las relaciones interpersonales nos constituyen como seres humanos, queridos por Dios a su imagen y semejanza. Como creaturas dotadas de inalienable dignidad, nosotros existimos en relación con nuestros hermanos y hermanas, ante los que tenemos una responsabilidad y con los cuales actuamos en solidariedad. Fuera de esta relación, seríamomenos humanos. Precisamente por eso, la indiferencia representa una amenaza para la familia humana. Cuando nos encaminamos por un nuevo año, deseo invitar a todos a reconocer este hecho, para vencer la indiferencia y conquistar la paz.
Algunas formas de indiferencia
3.Es cierto que la actitud del indiferente, de quien cierra el corazón para no tomar en consideración a los otros, de quien cierra los ojos para no ver aquello que lo circunda o se evade para no ser tocado por los problemas de los demás, caracteriza una tipología humana bastante difundida y presente en cada época de la historia. Pero en nuestros días, esta tipología ha superado decididamente el ámbito individual para asumir una dimensión global y producir el fenómeno de la ”globalización de la indiferencia”.
La primera forma de indiferencia en la sociedad humana es la indiferencia ante Dios, de la cual brota también la indiferencia ante el prójimo y ante lo creado. Esto es uno de los graves efectos de un falso humanismo y del materialismo práctico, combinados con un pensamiento relativista y nihilista. El hombre piensa ser el autor de sí mismo, de la propia vida y de la sociedad; se siente autosuficiente; busca no sólo reemplazar a Dios, sino prescindir completamente de él. Por consiguiente, cree que no debe nada a nadie, excepto a sí mismo, y pretende tener sólo derechos. Contra esta autocomprensión errónea de la persona, Benedicto XVI recordaba que ni el hombre ni su desarrollo son capaces de darse su significado último por sí mismo; y, precedentemente, Pablo VI había afirmado que ”no hay, pues, más que un humanismo verdadero que se abre a lo Absoluto, en el reconocimiento de una vocación, que da la idea verdadera de la vida humana”.
La indiferencia ante el prójimo asume diferentes formas. Hay quien está bien informado, escucha la radio, lee los periódicos o ve programas de televisión, pero lo hace de manera frívola, casi por mera costumbre: estas personas conocen vagamente los dramas que afligen a la humanidad pero no se sienten comprometidas, no viven la compasión. Esta es la actitud de quien sabe, pero tiene la mirada, la mente y la acción dirigida hacia sí mismo. Desgraciadamente, debemos constatar que el aumento de las informaciones, propias de nuestro tiempo, no significa de por sí un aumento de atención a los problemas, si no va acompañado por una apertura de las conciencias en sentido solidario. Más aún, esto puede comportar una cierta saturación que anestesia y, en cierta medida, relativiza la gravedad de los problemas. ”Algunos simplemente se regodean culpando a los pobres y a los países pobres de sus propios males, con indebidas generalizaciones, y pretenden encontrar la solución en una ”educación” que los tranquilice y los convierta en seres domesticados e inofensivos. Esto se vuelve todavía más irritante si los excluidos ven crecer ese cáncer social que es la corrupción profundamente arraigada en muchos países —en sus gobiernos, empresarios e instituciones—, cualquiera que sea la ideología política de los gobernantes”.
La indiferencia se manifiesta en otros casos como falta de atención ante la realidad circunstante, especialmente la más lejana. Algunas personas prefieren no buscar, no informarse y viven su bienestar y su comodidad indiferentes al grito de dolor de la humanidad que sufre. Casi sin darnos cuenta, nos hemos convertido en incapaces de sentir compasión por los otros, por sus dramas; no nos interesa preocuparnos de ellos, como si aquello que les acontece fuera una responsabilidad que nos es ajena, que no nos compete. ”Cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de los demás (algo que Dios Padre no hace jamás), no nos interesan sus problemas, ni sus sufrimientos, ni las injusticias que padecen… Entonces nuestro corazón cae en la indiferencia: yo estoy relativamente bien y a gusto, y me olvido de quienes no están bien”.
Al vivir en una casa común, no podemos dejar de interrogarnos sobre su estado de salud, como he intentado hacer en la Laudato si’. La contaminación de las aguas y del aire, la explotación indiscriminada de los bosques, la destrucción del ambiente, son a menudo fruto de la indiferencia del hombre respecto a los demás, porque todo está relacionado. Como también el comportamiento del hombre con los animales influye sobre sus relaciones con los demás, por no hablar de quien se permite hacer en otra parte aquello que no osa hacer en su propia casa.
En estos y en otros casos, la indiferencia provoca sobre todo cerrazón y distanciamiento, y termina de este modo contribuyendo a la falta de paz con Dios, con el prójimo y con la creación.
La paz amenazada por la indiferencia globalizada
4. La indiferencia ante Dios supera la esfera íntima y espiritual de cada persona y alcanza a la esfera pública y social. Como afirmaba Benedicto XVI, ”existe un vínculo íntimo entre la glorificación de Dios y la paz de los hombres sobre la tierra”. En efecto, ”sin una apertura a la trascendencia, el hombre cae fácilmente presa del relativismo, resultándole difícil actuar de acuerdo con la justicia y trabajar por la paz”. El olvido y la negación de Dios, que llevan al hombre a no reconocer alguna norma por encima de sí y a tomar solamente a sí mismo como norma, han producido crueldad y violencia sin medida.
En el plano individual y comunitario, la indiferencia ante el prójimo, hija de la indiferencia ante Dios, asume el aspecto de inercia y despreocupación, que alimenta el persistir de situaciones de injusticia y grave desequilibrio social, los cuales, a su vez, pueden conducir a conflictos o, en todo caso, generar un clima de insatisfacción que corre el riesgo de terminar, antes o después, en violencia e inseguridad.
En este sentido la indiferencia, y la despreocupación que se deriva, constituyen una grave falta al deber que tiene cada persona de contribuir, en la medida de sus capacidades y del papel que desempeña en la sociedad, al bien común, de modo particular a la paz, que es uno de los bienes más preciosos de la humanidad.
Cuando afecta al plano institucional, la indiferencia respecto al otro, a su dignidad, a sus derechos fundamentales y a su libertad, unida a una cultura orientada a la ganancia y al hedonismo, favorece, y a veces justifica, actuaciones y políticas que terminan por constituir amenazas a la paz. Dicha actitud de indiferencia puede llegar también a justificar algunas políticas económicas deplorables, premonitoras de injusticias, divisiones y violencias, con vistas a conseguir el bienestar propio o el de la nación. En efecto, no es raro que los proyectos económicos y políticos de los hombres tengan como objetivo conquistar o mantener el poder y la riqueza, incluso a costa de pisotear los derechos y las exigencias fundamentales de los otros. Cuando las poblaciones se ven privadas de sus derechos elementares, como el alimento, el agua, la asistencia sanitaria o el trabajo, se sienten tentadas a tomárselos por la fuerza.
Además, la indiferencia respecto al ambiente natural, favoreciendo la deforestación, la contaminación y las catástrofes naturales que desarraigan comunidades enteras de su ambiente de vida, forzándolas a la precariedad y a la inseguridad, crea nuevas pobrezas, nuevas situaciones de injusticia de consecuencias a menudo nefastas en términos de seguridad y de paz social.¿Cuántas guerras ha habido y cuántas se combatirán aún a causa de la falta de recursos o para satisfacer a la insaciable demanda de recursos naturales?
De la indiferencia a la misericordia: la conversión del corazón
5. Hace un año, en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz ”no más esclavos, sino hermanos”, me referí al primer icono bíblico de la fraternidad humana, la de Caín y Abel , y lo hice para llamar la atención sobre el modo en que fue traicionada esta primera fraternidad. Caín y Abel son hermanos. Provienen los dos del mismo vientre, son iguales en dignidad, y creados a imagen y semejanza de Dios; pero su fraternidad creacional se rompe. ”Caín, además de no soportar a su hermano Abel, lo mata por envidia cometiendo el primer fratricidio”. El fratricidio se convierte en paradigma de la traición, y el rechazo por parte de Caín a la fraternidad de Abel es la primera ruptura de las relaciones de hermandad, solidaridad y respeto mutuo.
Dios interviene entonces para llamar al hombre a la responsabilidad ante su semejante, como hizo con Adán y Eva, los primeros padres, cuando rompieron la comunión con el Creador. ”El Señor dijo a Caín: ”Dónde está Abel, tu hermano? Respondió Caín: ”No sé; ¿soy yo el guardián de mi hermano?”. El Señor le replicó: ¿Qué has hecho? La sangre de tu hermano me está gritando desde el suelo”.
Caín dice que no sabe lo que le ha sucedido a su hermano, dice que no es su guardián. No se siente responsable de su vida, de su suerte. No se siente implicado. Es indiferente ante su hermano, a pesar de que ambos estén unidos por el mismo origen. ¡Qué tristeza! ¡Qué drama fraterno, familiar, humano! Esta es la primera manifestación de la indiferencia entre hermanos. En cambio, Dios no es indiferente: la sangre de Abel tiene gran valor ante sus ojos y pide a Caín que rinda cuentas de ella. Por tanto, Dios se revela desde el inicio de la humanidad como Aquel que se interesa por la suerte del hombre. Cuando más tarde los hijos de Israel están bajo la esclavitud en Egipto, Dios interviene nuevamente. Dice a Moisés: ”He visto la opresión de mi pueblo en Egipto y he oído sus quejas contra los opresores; conozco sus sufrimientos. He bajado a liberarlo de los egipcios, a sacarlo de esta tierra, para llevarlo a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel”. Es importante destacar los verbos que describen la intervención de Dios: Él ve, oye, conoce, baja, libera. Dios no es indiferente. Está atento y actúa.
Del mismo modo, Dios, en su Hijo Jesús, ha bajado entre los hombres, se ha encarnado y se ha mostrado solidario con la humanidad en todo, menos en el pecado. Jesús se identificaba con la humanidad: ”el primogénito entre muchos hermanos” . Él no se limitaba a enseñar a la muchedumbre, sino que se preocupaba de ella, especialmente cuando la veía hambrienta o desocupada . Su mirada no estaba dirigida solamente a los hombres, sino también a los peces del mar, a las aves del cielo, a las plantas y a los árboles, pequeños y grandes: abrazaba a toda la creación. Ciertamente, él ve, pero no se limita a esto, puesto que toca a las personas, habla con ellas, actúa en su favor y hace el bien a quien se encuentra en necesidad. No sólo, sino que se deja conmover y llora . Y actúa para poner fin al sufrimiento, a la tristeza, a la miseria y a la muerte.
Jesús nos enseña a ser misericordiosos como el Padre. En la parábola del buen samaritano denuncia la omisión de ayuda frente a la urgente necesidad de los semejantes: ”lo vio y pasó de largo” . De la misma manera, mediante este ejemplo, invita a sus oyentes, y en particular a sus discípulos, a que aprendan a detenerse ante los sufrimientos de este mundo para aliviarlos, ante las heridas de los demás para curarlas, con los medios que tengan, comenzando por el propio tiempo, a pesar de tantas ocupaciones. En efecto, la indiferencia busca a menudo pretextos: el cumplimiento de los preceptos rituales, la cantidad de cosas que hay que hacer, los antagonismos que nos alejan los unos de los otros, los prejuicios de todo tipo que nos impiden hacernos prójimo.
La misericordia es el corazón de Dios. Por ello debe ser también el corazón de todos los que se reconocen miembros de la única gran familia de sus hijos; un corazón que bate fuerte allí donde la dignidad humana —reflejo del rostro de Dios en sus creaturas— esté en juego. Jesús nos advierte: el amor a los demás —los extranjeros, los enfermos, los encarcelados, los que no tienen hogar, incluso los enemigos— es la medida con la que Dios juzgará nuestras acciones. De esto depende nuestro destino eterno. No es de extrañar que el apóstol Pablo invite a los cristianos de Roma a alegrarse con los que se alegran y a llorar con los que lloran, o que aconseje a los de Corinto organizar colectas como signo de solidaridad con los miembros de la Iglesia que sufren. Y san Juan escribe: ”Si uno tiene bienes del mundo y, viendo a su hermano en necesidad, le cierra sus entrañas, ¿cómo va a estar en él el amor de Dios?”.
Por eso ”es determinante para la Iglesia y para la credibilidad de su anuncio que ella viva y testimonie en primera persona la misericordia. Su lenguaje y sus gestos deben transmitir misericordia para penetrar en el corazón de las personas y motivarlas a reencontrar el camino de vuelta al Padre. La primera verdad de la Iglesia es el amor de Cristo. De este amor, que llega hasta el perdón y al don de sí, la Iglesia se hace sierva y mediadora ante los hombres. Por tanto, donde la Iglesia esté presente, allí debe ser evidente la misericordia del Padre. En nuestras parroquias, en las comunidades, en las asociaciones y movimientos, en fin, dondequiera que haya cristianos, cualquiera debería poder encontrar un oasis de misericordia”.
También nosotros estamos llamados a que el amor, la compasión, la misericordia y la solidaridad sean nuestro verdadero programa de vida, un estilo de comportamiento en nuestras relaciones de los unos con los otros. Esto pide la conversión del corazón: que la gracia de Dios transforme nuestro corazón de piedra en un corazón de carne, capaz de abrirse a los otros con auténtica solidaridad. Esta es mucho más que un ”sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas”. La solidaridad ”es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos”, porque la compasión surge de la fraternidad.
Así entendida, la solidaridad constituye la actitud moral y social que mejor responde a la toma de conciencia de las heridas de nuestro tiempo y de la innegable interdependencia que aumenta cada vez más, especialmente en un mundo globalizado, entre la vida de la persona y de su comunidad en un determinado lugar, así como la de los demás hombres y mujeres del resto del mundo.
Promover una cultura de solidaridad y misericordia para vencer la indiferencia
La solidaridad como virtud moral y actitud social, fruto de la conversión personal, exige el compromiso de todos aquellos que tienen responsabilidades educativas y formativas.
En primer lugar me dirijo a las familias, llamadas a una misión educativa primaria e imprescindible. Ellas constituyen el primer lugar en el que se viven y se transmiten los valores del amor y de la fraternidad, de la convivencia y del compartir, de la atención y del cuidado del otro. Ellas son también el ámbito privilegiado para la transmisión de la fe desde aquellos primeros simples gestos de devoción que las madres enseñan a los hijos.
Los educadores y los formadores que, en la escuela o en los diferentes centros de asociación infantil y juvenil, tienen la ardua tarea de educar a los niños y jóvenes, están llamados a tomar conciencia de que su responsabilidad tiene que ver con las dimensiones morales, espirituales y sociales de la persona. Los valores de la libertad, del respeto recíproco y de la solidaridad se transmiten desde la más tierna infancia. Dirigiéndose a los responsables de las instituciones que tienen responsabilidades educativas, Benedicto XVI afirmaba: ”Que todo ambiente educativo sea un lugar de apertura al otro y a lo transcendente; lugar de diálogo, de cohesión y de escucha, en el que el joven se sienta valorado en sus propias potencialidades y riqueza interior, y aprenda a apreciar a los hermanos. Que enseñe a gustar la alegría que brota de vivir día a día la caridad y la compasión por el prójimo, y de participar activamente en la construcción de una sociedad más humana y fraterna”.
Quienes se dedican al mundo de la cultura y de los medios de comunicación social tienen también una responsabilidad en el campo de la educación y la formación, especialmente en la sociedad contemporánea, en la que el acceso a los instrumentos de formación y de comunicación está cada vez más extendido. Su cometido es sobre todo el de ponerse al servicio de la verdad y no de intereses particulares. En efecto, los medios de comunicación ”no sólo informan, sino que también forman el espíritu de sus destinatarios y, por tanto, pueden dar una aportación notable a la educación de los jóvenes. Es importante tener presente que los lazos entre educación y comunicación son muy estrechos: en efecto, la educación se produce mediante la comunicación, que influye positiva o negativamente en la formación de la persona”. Quienes se ocupan de la cultura y los medios deberían también vigilar para que el modo en el que se obtienen y se difunden las informaciones sea siempre jurídicamente y moralmente lícito.
La paz: fruto de una cultura de solidariedad, misericordia y compasión
7.Conscientes de la amenaza de la globalización de la indiferencia, no podemos dejar de reconocer que, en el escenario descrito anteriormente, se dan también numerosas iniciativas y acciones positivas que testimonian la compasión, la misericordia y la solidaridad de las que el hombre es capaz.
Quisiera recordar algunos ejemplos de actuaciones loables, que demuestran cómo cada uno puede vencer la indiferencia si no aparta la mirada de su prójimo, y que constituyen buenas prácticas en el camino hacia una sociedad más humana.
Hay muchas organizaciones no gubernativas y asociaciones caritativas dentro de la Iglesia, y fuera de ella, cuyos miembros, con ocasión de epidemias, calamidades o conflictos armados, afrontan fatigas y peligros para cuidar a los heridos y enfermos, como también para enterrar a los difuntos. Junto a ellos, deseo mencionar a las personas y a las asociaciones que ayudan a los emigrantes que atraviesan desiertos y surcan los mares en busca de mejores condiciones de vida. Estas acciones son obras de misericordia, corporales y espirituales, sobre las que seremos juzgados al término de nuestra vida.
Me dirijo también a los periodistas y fotógrafos que informan a la opinión pública sobre las situaciones difíciles que interpelan las conciencias, y a los que se baten en defensa de los derechos humanos, sobre todo de las minorías étnicas y religiosas, de los pueblos indígenas, de las mujeres y de los niños, así como de todos aquellos que viven en condiciones de mayor vulnerabilidad. Entre ellos hay también muchos sacerdotes y misioneros que, como buenos pastores, permanecen junto a sus fieles y los sostienen a pesar de los peligros y dificultades, de modo particular durante los conflictos armados.
Además, numerosas familias, en medio de tantas dificultades laborales y sociales, se esfuerzan concretamente en educar a sus hijos ”contracorriente”, con tantos sacrificios, en los valores de la solidaridad, la compasión y la fraternidad. Muchas familias abren sus corazones y sus casas a quien tiene necesidad, como los refugiados y los emigrantes. Deseo agradecer particularmente a todas las personas, las familias, las parroquias, las comunidades religiosas, los monasterios y los santuarios, que han respondido rápidamente a mi llamamiento a acoger una familia de refugiados.
Por último, deseo mencionar a los jóvenes que se unen para realizar proyectos de solidaridad, y a todos aquellos que abren sus manos para ayudar al prójimo necesitado en sus ciudades, en su país o en otras regiones del mundo. Quiero agradecer y animar a todos aquellos que se trabajan en acciones de este tipo, aunque no se les dé publicidad: su hambre y sed de justicia será saciada, su misericordia hará que encuentren misericordia y, como trabajadores de la paz, serán llamados hijos de Dios .
La paz en el signo del Jubileo de la Misericordia
8.En el espíritu del Jubileo de la Misericordia, cada uno está llamado a reconocer cómo se manifiesta la indiferencia en la propia vida, y a adoptar un compromiso concreto para contribuir a mejorar la realidad donde vive, a partir de la propia familia, de su vecindario o el ambiente de trabajo.
Los Estados están llamados también a hacer gestos concretos, actos de valentía para con las personas más frágiles de su sociedad, como los encarcelados, los emigrantes, los desempleados y los enfermos.
Por lo que se refiere a los detenidos, en muchos casos es urgente que se adopten medidas concretas para mejorar las condiciones de vida en las cárceles, con una atención especial para quienes están detenidos en espera de juicio, teniendo en cuenta la finalidad reeducativa de la sanción penal y evaluando la posibilidad de introducir en las legislaciones nacionales penas alternativas a la prisión. En este contexto, deseo renovar el llamamiento a las autoridades estatales para abolir la pena de muerte allí donde está todavía en vigor, y considerar la posibilidad de una amnistía.
Respecto a los emigrantes, quisiera dirigir una invitación a repensar las legislaciones sobre los emigrantes, para que estén inspiradas en la voluntad de acogida, en el respeto de los recíprocos deberes y responsabilidades, y puedan facilitar la integración de los emigrantes. En esta perspectiva, se debería prestar una atención especial a las condiciones de residencia de los emigrantes, recordando que la clandestinidad corre el riesgo de arrastrarles a la criminalidad.
Deseo, además, en este Año jubilar, formular un llamamiento urgente a los responsables de los Estados para hacer gestos concretos en favor de nuestros hermanos y hermanas que sufren por la falta de trabajo, tierra y techo. Pienso en la creación de puestos de trabajo digno para afrontar la herida social de la desocupación, que afecta a un gran número de familias y de jóvenes y tiene consecuencias gravísimas sobre toda la sociedad. La falta de trabajo incide gravemente en el sentido de dignidad y en la esperanza, y puede ser compensada sólo parcialmente por los subsidios, si bien necesarios, destinados a los desempleados y a sus familias. Una atención especial debería ser dedicada a las mujeres —desgraciadamente todavía discriminadas en el campo del trabajo— y a algunas categorías de trabajadores, cuyas condiciones son precarias o peligrosas y cuyas retribuciones no son adecuadas a la importancia de su misión social.
Por último, quisiera invitar a realizar acciones eficaces para mejorar las condiciones de vida de los enfermos, garantizando a todos el acceso a los tratamientos médicos y a los medicamentos indispensables para la vida, incluida la posibilidad de atención domiciliaria.
Los responsables de los Estados, dirigiendo la mirada más allá de las propias fronteras, también están llamados e invitados a renovar sus relaciones con otros pueblos, permitiendo a todos una efectiva participación e inclusión en la vida de la comunidad internacional, para que se llegue a la fraternidad también dentro de la familia de las naciones.
En esta perspectiva, deseo dirigir un triple llamamiento para que se evite arrastrar a otros pueblos a conflictos o guerras que destruyen no sólo las riquezas materiales, culturales y sociales, sino también —y por mucho tiempo— la integridad moral y espiritual; para abolir o gestionar de manera sostenible la deuda internacional de los Estados más pobres; para la adoptar políticas de cooperación que, más que doblegarse a las dictaduras de algunas ideologías, sean respetuosas de los valores de las poblaciones locales y que, en cualquier caso, no perjudiquen el derecho fundamental e inalienable de los niños por nacer.
Confío estas reflexiones, junto con los mejores deseos para el nuevo año, a la intercesión de María Santísima, Madre atenta a las necesidades de la humanidad, para que nos obtenga de su Hijo Jesús, Príncipe de la Paz, el cumplimento de nuestras súplicas y la bendición de nuestro compromiso cotidiano en favor de un mundo fraterno y solidario”.

07 diciembre 2015

Oración del jubileo de la misericordia

Señor Jesucristo, tú nos has enseñado a ser misericordiosos como el Padre del cielo, y nos has dicho que quien te ve, lo ve también a Él. Muéstranos tu rostro y obtendremos la salvación. Tu mirada llena de amor liberó a Zaqueo y a Mateo de la esclavitud del dinero; a la adúltera y a la Magdalena del buscar la felicidad solamente en una creatura; hizo llorar a Pedro luego de la traición, y aseguró el Paraíso al ladrón arrepentido. Haz que cada uno de nosotros escuche como propia la palabra que dijiste a la samaritana: ¡Si conocieras el don de Dios!
Tú eres el rostro visible del Padre invisible, del Dios que manifiesta su omnipotencia sobre todo con el perdón y la misericordia: haz que, en el mundo, la Iglesia sea el rostro visible de Ti, su Señor, resucitado y glorioso. Tú has querido que también tus ministros fueran revestidos de debilidad para que sientan sincera compasión por los que se encuentran en la ignorancia o en el error: haz que quien se acerque a uno de ellos se sienta esperado, amado y perdonado por Dios.
Manda tu Espíritu y conságranos a todos con su unción para que el Jubileo de la Misericordia sea un año de gracia del Señor y tu Iglesia pueda, con renovado entusiasmo, llevar la Buena Nueva a los pobres proclamar la libertad a los prisioneros y oprimidos y restituir la vista a los ciegos.
Te lo pedimos por intercesión de María, Madre de la Misericordia, a ti que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.

24 octubre 2015

"TODOS PODEMOS AYUDAR"


Ante la vida podemos tomar diferentes posturas. ¿Cuál es la tuya?
En tus manos está el mejorar el lugar donde vives.Simplemente ¡Hazlo!
"Lo único imposible es aquello que no intentas"

27 septiembre 2015

Misericordia= Dar consuelo, sentir con el otro

"Todos somos llamados a dar consuelo a cada hombre y cada mujer de nuestro tiempo" Papa Francisco
El amor hace creíble la fe.
La misericordia aumenta la confianza en la vida y en el ser humano.
Pero...¿cómo se fragua un corazón misericordioso? ¿Cómo se combate contra el egoísmo?

11 agosto 2015

¿Cómo vives la amistad?

“Un amigo fiel es un refugio seguro: el que lo encuentra ha encontrado un tesoro. Un amigo fiel no tiene precio, no hay manera de estimar su valor. Un amigo fiel es un bálsamo de vida, que encuentran los que temen al Señor” (Eclo 6, 14-16).

Si Jesús mismo necesitó amigos para proseguir su camino en este mundo, ¡imaginaos nosotros! El ser humano no puede vivir como una isla. San Juan Bosco afirmó que “el Señor nos puso en el mundo para los demás”. ¡Es una gran verdad! Podríamos incluso decir que, a partir de Cristo, la amistad ha adquirido un sentido nuevo. El amigo es el que ha descubierto el valor y la dignidad del hermano, a la luz del Evangelio.
 
Esta amistad sincera, en el verdadero sentido humano y cristiano, se difundió entre los primeros cristianos refugiados en las catacumbas. La historia de la Iglesia tiene ejemplos de profunda amistad, como San Basilio y San Gregorio, San Francisco de Asís y Santa Clara, San Ambrosio y Santa Mónica, y muchos otros.
 
Estas son las 15 enseñanzas que han dejado los santos sobre la amistad:
 
1- “No siempre el que es indulgente con nosotros es nuestro amigo, ni el que castiga es nuestro enemigo. Mejor las heridas del amigo que los besos tramposos del enemigo. Mejor amar con severidad que engañar con dulzura” – San Agustín
 
2- “Amando al prójimo y cuidando de él, recorres tu camino. Ayuda al que está a tu lado mientras caminas en este mundo, y llegarás a aquel con el que deseas quedarte para siempre” – San Agustín
 
3- “Ha dicho muy bien quien ha definido al amigo como meta de la propia alma. Tenía de hecho la sensación de que nuestras dos almas fuesen una sola en dos cuerpos” – San Agustín
 
4- “La amistad es tan verdadera y tan vital que en el mundo no se puede desear nada más santo y ventajoso” – San Agustín
 
5- “La amistad es la realización más auténtica de la persona” – Santa Teresa de Ávila
 
6- “La amistad con Dios y la amistad con los demás son la misma cosa. No podemos separar una de la otra” – Santa Teresa de Ávila
 
7- “La amistad que tiene su fuente en Dios no se extingue nunca” - Santa Catalina de Siena
 
8- “Cualquier amigo de verdad quiere para su amigo: 1) que exista y viva; 2) todos los bienes; 3) hacerle del bien; 4) deleitarse de su presencia; y 5) compartir con él las propias alegrías y tristezas, viviéndolas con él con un solo corazón” – Santo Tomás de Aquino
 
9- “La amistad disminuye el dolor y la tristeza” – Santo Tomás de Aquino
 
10- “El que con palabras, discursos, acciones, diese escándalo, no es un amigo, es un asesino del alma” – San Juan Bosco
 
11- “Debemos ir a la búsqueda de las personas, porque pueden tener necesidad de pan o de amistad” – Beata Madre Teresa de Calcuta
 
12- “Las palabras de amistad y consuelo pueden ser cortas y sucintas, pero su eco no tiene fin” – Beata Madre Teresa de Calcuta
 
13- “Ama a todos los hombres con un gran amor de caridad cristiana, pero no mantengas amistad sino con las personas con las que convivir pueda ayudarte, y cuanto más perfectas sean estas relaciones, tanto más perfecta será tu amistad” – San Francisco de Sales
 
14- “En el mundo es necesario que quienes se dedican a la práctica de la virtud se unan con una santa amistad, para exhortarse mutuamente y mantenerse en estos santos ejercicios” – San Francisco de Sales
 
15- “Nos hace mucho bien, cuando sufrimos, tener corazones amigos, cuyo eco responde a nuestro dolor” – Santa Teresa de Lisieux


Tomado de aleteia.org

08 junio 2015

El credo


como-explicar-los-contenidos-de-la-fe-con-videos-de-tres-minutos.html

¿El nublado, el sereno y todo tiempo?

¿El nublado, el sereno y todo tiempo?
 [...] La ventaja, cuando se es Dios, es que se puede fabricar la alegría con cualquier cosa. Incluso en la pena, incluso con el sufrimiento. Es una pena que no sepamos su truco, porque a veces yo me despierto por la mañana con grandes nubes grises y oscuras en la cabeza, imposibles de disipar. Y muchas veces descargan tormentas terribles que inundan los ojos. En esos momentos mamá viene a verme para secar mis lágrimas con su gran sol de ternura. -¿Qué te pasa cielo? Me gustaría decírselo porque a mamá no se le debe ocultar nada, pero no sé qué y cómo decírselo. ¡Lloro en mi corazón, pero no sé bien por qué! Pero así ocurre, de esta manera porque sí; es como si se hubiese arrugado algo en mi interior que acaba por formar un buen lío en mi cabeza. Es como el entusiasmo, no se sabe de dónde viene. Pero con una pequeña diferencia: el entusiasmo ayuda a inventar la felicidad, y es un rato bueno; mientras que la tristeza es como el mal tiempo: cuando se instala, se tiene la impresión de que el sol ha desaparecido para siempre.
Mamá se ríe cuando le hablo de mis nubes gris oscuro. No sé cómo hace pero siempre está alegre. Si fuera un país, sería un país del sur, donde hace buen tiempo cuando en todas partes llueve. Cuando me habla descubre grandes espacios de cielo azul; en poco tiempo llena lo imaginario de colores alegres. Y así te calienta en un instante allí donde dentro de ti hacía frío.
- Todos los días llueve. Pero esto no altera en nada el paisaje. Mira por la ventana ¿Ves el paisaje? Está sumergido en la noche. Mañana estará bañado de luz. Después vendrá el otoño, y la nieve; después las flores se abrirán de nuevo, y por fin, volverá el calor del verano. ¿Qué es lo que ha cambiado? Todo. Nada. “Pues bien, nuestro paisaje interior es algo parecido: hay climas cambiantes, presiones atmosféricas fluctuantes, estaciones que se suceden, cielos y ritmos, de lluvia y de buen tiempo. Hay una perpetua metamorfosis, pero no obstante, nada cambia. Es siempre el mismo paisaje. Siempre eres la misma. Es preciso que te aceptes tanto bajo la nieve como bajo el sol.” Lo mejor de mamá es que enseña a contemplar la belleza incluso cuando no hay nada bello; he comprendido así que una persona es como un paisaje. Si la amas verdaderamente no tienes necesidad de que esté todo el tiempo con el guapo subido para amarla. Un día me encontraba paseando bajo una pequeña nube gris oscura. Era divertido porque tenía la impresión de que me seguía como una corneta, como si estuviese ligada a mí por un hilo invisible. Después de un rato se creó una cierta complicidad entre nosotros, de manera que terminé por encontrarla bonita y gustarme. Y es que se ve a las cosas de otra manera cuando se descubre su belleza. En aquella ocasión me di cuenta de que un lado de la nube era gris oscuro, y el lado vuelto hacia arriba estaba iluminado por el sol. Llueve por debajo, pero allá arriba hay siempre belleza. Esta es la ventaja del Reino de los Cielos: ¡tiene el sol asegurado todo el año! En nosotros ocurre algo parecido. Nuestro espíritu puede quedar fijo en lo bello si está vuelto hacia lo alto, es decir, hacia Dios. Si aprendemos a mirar desde dentro hacia arriba, no tendrá ya sentido hacerlo hacia abajo.
¿Sabes? A menudo estoy enferma. Pues bien, me he dado cuenta de que la única manera de disipar la niebla que se cierne en mi interior es hacer brillar por un momento unos rayos de sonrisa. Tú me dirás que es difícil sonreír cuando se es desgraciada. En efecto, pero se aprende. Y una se da cuenta rápidamente que es todavía más difícil ser desgraciada cuando se sonríe. ¡Eso es!
1.  ¿Cómo es tu paisaje interior?
2. ¿Qué nubes grises hay? ¿Hace sol? ¿Hay muchas estaciones? ¿Cambia el clima con frecuencia?

3. ¿Descubres la belleza de las cosas? ¿Encuentras el lado soleado de las nubes?

31 mayo 2015

El árbol de la vida - cineforum

CINEFORUM EL ÁRBOL DE LA VIDA 
1.         Comienza realizando un breve resumen de la película (no más de 10 líneas)
2.         La película comienza con este texto:
“¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra? Házmelo saber, si tienes inteligencia. ¿Quién ordenó sus medidas, si lo sabes? ¿O quién extendió sobre ella cordel? ¿Sobre qué están fundadas sus bases? ¿O quién puso su piedra angular, Cuando alababan todas las estrellas del alba, Y se regocijaban todos los hijos de Dios?”(Job 38, 4 -7)
¿Tiene algo que ver esta cita bíblica con la que comienza la película, con su línea argumental?
3.      Sean Penn aparece encuadrado dentro de una  inmensidad de edificios de hierro y metal en contraposición a su infancia que vivía en un ambiente rodeado de naturaleza. Él se queja de que este mundo cada vez es más egoísta, más feroz, más competitivo…En líneas generales, ¿Cómo crees que se encuentra en estos momentos la  sociedad? ¿Es un lugar parecido a lo que sugiere Sean Penn, o no estás de acuerdo?
4.         Entre las primeras palabras que cita la madre encontramos unas que son claves para comprender la película:
"Las monjas nos enseñaron que hay dos caminos que puedes seguir en la vida, el de la Naturaleza y el de lo Divino. Debes elegir cual vas a seguir.
Lo Divino no busca agradarse a sí mismo. Acepta ser desairado, olvidado, no agrada. Acepta los insultos y las heridas.
La Naturaleza solo busca agradarse a sí misma y conseguir que otros la agraden. Le gusta dárselas de gran señora, salirse con la suya. Encuentra razones para ser infeliz cuando todo el mundo que la rodea resplandece y el amor sonríe a través de todas las cosas.
Nos enseñaron que nadie que amara el camino de lo Divino acabaría mal. Yo te seré fiel. No importa lo que me suceda"
En la película de forma muy clara, existen dos personajes que representan el camino de la Naturaleza y el camino de la Divinidad ¿Quiénes son?
5.         En cuál de esos dos caminos crees que te encuentras. Razona la respuesta.

6.         Durante la película  Malick  introduce una serie de imágenes del universo  y de la naturaleza junto a una fantástica música ¿Con qué intención crees que lo hace?
7.         A lo largo de casi toda la película, el director insiste en mostrarnos los reflejos del Sol ¿A qué crees que se debe?
8.         En el contexto del sentido de la vida, sabemos que podemos optar por varios caminos: el humanista (negando la existencia de Dios), el religioso, etcétera… ¿Qué camino sigues tú?
9.         Malick se lanza con toda su potencia visual a hablar con Dios, a preguntarle por qué los seres queridos mueren y por qué nos sentimos tan solos, para así librarse de la culpa del hermano muerto, para situar al hombre más allá de lo narrativo y buscar la belleza de lo que no se ve, pero se siente… ¿Qué puedes decir ante esto?
10.       La madre, al final, recita una frase estremecedora, ante la muerte de su hijo le dice a Dios: ¡Te lo entrego! ¿Qué crees que significa?
 11.        Fíjate cómo acaba el último capítulo del Libro bíblico de Job:
42 1 Job respondió al Señor, diciendo:
2 Yo sé que tú lo puedes todo y que ningún proyecto es irrealizable para ti.
3 Sí, yo hablaba sin entender, de maravillas que me sobrepasan y que ignoro.
4 "Escucha, déjame hablar; yo te interrogaré y tú me instruirás".
5 Yo te conocía sólo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos.
6 Por eso me retracto, y me arrepiento en el polvo y la ceniza.
¿Qué te parece este final del libro de Job?
12.       Dame tu opinión respecto de la película. Argumento, actores, fotografía… ¿Te ha enseñado algo nuevo? ¿Qué destacarías? ¿Qué te desagrada?




13 marzo 2015

Celebrar LA MISERICORDIA ¡QUÉ GRAN NOTICIA!

Este Jubileo comenzará con la apertura de la Puerta Santa en la Basílica Vaticana durante la Solemnidad de la Inmaculada Concepción el 8 de diciembre y concluirá el 20 de noviembre de 2016 con la solemnidad de Cristo Rey del Universo.
El Pontífice anunció el Año Santo así: “queridos hermanos y hermanas, he pensado a menudo en cómo la Iglesia puede poner más en evidencia su misión de ser testimonio de la misericordia. Es un camino que inicia con una conversión espiritual. Por esto he decidido convocar un Jubileo extraordinario que coloque en el centro la misericordia de Dios. Será un Año Santo de la Misericordia, Lo queremos vivir a la luz de la palabra del Señor: 'Seamos misericordiosos como el Padre'”.
“Estoy convencido de que toda la Iglesia podrá encontrar en este Jubileo la alegría de redescubrir y hacer fecunda la misericordia de Dios, con la cual todos somos llamados a dar consuelo a cada hombre y cada mujer de nuestro tiempo. Lo confiamos a partir de ahora a la Madre de la Misericordia para que dirija a nosotros su mirada y vele en nuestro camino”.
El anuncio, que coincide con el segundo aniversario de su elección como Sucesor de San Pedro, lo realizó el Santo Padre durante la homilía que pronunció en la celebración penitencial con la que dio inicio a la iniciativa “24 horas para el Señor”, alentada y a cargo del Pontificio Consejo para la promoción de la Nueva Evangelización.
La iniciativa ha sido acogida en todo el mundo con el fin de promover la apertura extraordinaria de las iglesias y favorecer la celebración del sacramento de la Reconciliación.
El Jubileo de la Misericordia busca resaltar además la importancia y la continuidad del Concilio Vaticano II, que concluyó hace 50 años.
La misericordia es uno de los temas más importantes en el pontificado del Papa Francisco quien ya como obispo escogió como lema propio “miserando atque eligendo”, que puede traducirse como “Lo miró con misericordia y lo eligió” o “Amándolo lo eligió”.
El desarrollo de este Año se hará notar en numerosos aspectos. Las lecturas para los domingos del tiempo ordinario serán tomadas del Evangelio de Lucas, conocido como “el evangelista de la misericordia”.
Este apelativo al evangelista que no conoció en persona a Cristo viene dado por ser el único que relata algunas de las parábolas más emblemáticas, como la del hijo pródigo, la del buen samaritano o la oveja perdida.
El Domingo de la Divina Misericordia, fiesta instituida por San Juan Pablo II, que se celebra el domingo siguiente a la Pascua, se leerá la publicación de la bula del Año Santo junto a la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro. 
El rito inicial del Jubileo es la apertura de la Puerta Santa. Se trata de una puerta que se abre solamente durante el Año Santo, mientas el resto de años permanece sellada. Tienen una Puerta Santa las cuatro basílicas mayores de Roma: San Pedro, San Juan de Letrán, San Pablo Extramuros y Santa María Mayor.
El rito de la apertura expresa simbólicamente el concepto que, durante el tiempo jubilar, se ofrece a los fieles una “vía extraordinaria” hacia la salvación. Luego de la apertura de la Puerta Santa en la Basílica de San Pedro, serán abiertas sucesivamente las puertas de las otras basílicas mayores.
Los orígenes del Jubileo se remontan al judaísmo. Este Año santo se celebraba cada 50 años, y durante el mismo se debía restituir la igualdad a todos los hijos de Israel, ofreciendo nuevas posibilidades a las familias que habían perdido sus propiedades e incluso la libertad personal.
Por otro lado, a los ricos, el año jubilar les recordaba que llegaría el tiempo en el que los esclavos israelitas, llegados a ser nuevamente iguales a ellos, podrían reivindicar sus derechos.
La Iglesia inició la tradición del Año Santo con el Papa Bonifacio VIII, en el año 1300, quién previó la realización de un jubileo cada siglo.
Desde el año 1475 –para permitir a cada generación vivir al menos un Año Santo- el  jubileo ordinario comenzó a espaciarse cada 25 años.
Un jubileo extraordinario, como es el caso del que proclamará el Papa Francisco, en cambio, se proclama con ocasión de un acontecimiento de particular importancia.
Los Años Santos ordinarios celebrados hasta hoy han sido 26. El último fue el Jubileo del año 2000, proclamado por San Juan Pablo II.
La costumbre de proclamar Años Santos extraordinarios se remonta al siglo XVI. Los últimos de ellos, celebrados el siglo pasado, fueron el de 1933, proclamado por Pío XI con motivo del XIX centenario de la Redención, y el de 1983, proclamado por Juan Pablo II por los 1950 años de la Redención.
La Iglesia católica ha dado al jubileo hebreo un significado más espiritual que consiste en un perdón general, una indulgencia abierta a todos, y en la posibilidad de renovar la relación con Dios y con el prójimo. De este modo, el Año Santo es siempre una oportunidad para profundizar la fe y vivir con un compromiso renovado el testimonio cristiano.

01 febrero 2015

Proyecto 4º ESO - Dios es la luz en la historia

1.- ¿Hay un por qué y un para qué en la historia?
2.- Hace mucho que vino Jesucristo ¿Ha cambiado algo?
3.- ¿Hay lugar para la esperanza?
4.- Ante la violencia y el mal en el mundo ¿Sólo queda huir?
5.- Haz una referencia a la historia global: civilizaciones pre-cristianas, cristianismo e Imperio Romano, la actualidad
“Hay un camino singular y nuevo de hallar a Dios,
el que nos hace encontrarnos con El en la historia,
en la realidad y en la promesa
de una maravillosa intervención suya
en el mundo, en el tiempo, en nuestra realidad histórica”.
Pablo VI 
6.- Análisis del texto: 
“Cuando un sosegado silencio todo lo envolvía
y la noche se encontraba en la mitad de su carrera,
tu Palabra omnipotente, cual implacable guerrero,
saltó del cielo, desde el trono real,
en medio de una tierra condenada al exterminio…
y tocaba el cielo mientras pisaba la tierra”. Sab. 18,15