Vía Crucis
de S. Juan Pablo II
Guía:
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Todos: Amén.
Guía: Oremos Señor de la
vida y de la muerte, que quisiste hacerte hombre para redimir al hombre
mediante la muerte en la cruz; Cristo, muerto y resucitado, que sufriste la
incomprensión, la persecución y la condena por parte de los poderosos; que
después de haber pasado entre nosotros haciendo el bien a todos con la palabra
y la acción, te dejaste clavar en una cruz, contempla desde lo alto de tu
gloria nuestras cruces. Oh Señor, peregrino de paz y esperanza, vengo a
proclamar la fe en tu resurrección y en la nuestra. Te pido también por
aquellos que sobre su tumba no tienen el signo de tu cruz. Que la luz de tu
cruz, oh Señor, ilumine y dé sentido a todas nuestras cruces. Cristo, muerto y
resucitado, Señor del tiempo y de la historia, principio y fin de toda
existencia humana. Amén.
(Juan Pablo II, Oración durante la visita a las tumbas de los
mártires en Lituania, 5 de septiembre de 1993).
I JESÚS ES CONDENADO A MUERTE
Guía: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. Todos: Que por tu santa cruz
redimiste al mundo.
Lector 1: Viendo Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos en presencia del pueblo, diciendo: “Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!”. Y el pueblo entero respondió: “¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!” Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran (Mt. 27, 24-26).
Lector 1: Viendo Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos en presencia del pueblo, diciendo: “Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!”. Y el pueblo entero respondió: “¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!” Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran (Mt. 27, 24-26).
Lector 2: La elocuencia definitiva del Viernes Santo es la siguiente:
Hombre, tú que juzgas a Dios, que le ordenas que se justifique ante tu
tribunal, piensa en ti mismo, mira si no eres tú el responsable de la muerte de
este Condenado, si el juicio contra Dios no es en realidad un juicio contra ti
mismo. Reflexiona y juzga si este juicio y su resultado -la Cruz y luego la
Resurrección- no son para ti el único camino de salvación. (Juan Pablo II,
Cruzando el umbral de la Esperanza, 11).
Guía: Cristo, que aceptas una condena injusta, concédenos la gracia de ser
fieles a la verdad y no permitas que caiga sobre nosotros y sobre los que vendrán
después de nosotros el peso de la responsabilidad por el sufrimiento de los
inocentes. A ti, Jesús, Juez justo, honor y gloria por los siglos de los
siglos.
Todos: Amén.
II JESÚS CARGA CON LA CRUZ
Guía: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. Todos: Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lector 1: Y empezaron a saludarlo: ¡Salve, rey de los judíos! Y le
golpeaban la cabeza con una caña, le escupían y le hacían reverencias doblando
las rodillas. Y una vez que se burlaron de él, lo despojaron de la púrpura, lo
vistieron con su propia ropa y lo sacaron para crucificarlo. (Mc. 15, 19-20).
Lector 2: El sufrimiento no puede ser transformado y cambiado con una
gracia exterior sino interior. Pero este proceso interior no se desarrolla
siempre de igual manera. Cristo no responde directamente ni en abstracto a esta
pregunta humana sobre el sentido del sufrimiento. El hombre percibe su
respuesta salvífica a medida que él mismo se convierte en partícipe de los
sufrimientos de Cristo. La respuesta que llega mediante esa participación es
una llamada: ¡Sígueme!, ¡Ven!, toma parte en esta obra de salvación del mundo
que se realiza a través de mi sufrimiento, por medio de mi cruz. (Juan Pablo
II, Salvifici Doloris, 26).
Guía: Cristo, que aceptas
la cruz de las manos de los hombres para hacer de ella un signo del amor de
Dios por el hombre, concédenos, a nosotros y a los hombres de nuestro tiempo,
la gracia de la fe en este infinito amor, para que, transmitiendo al nuevo
milenio el signo de la cruz, seamos auténticos testigos de la Redención. A ti.
Jesús, Sacerdote y Víctima, alabanza y gloria por los siglos de los siglos.
Todos: Amén.
III JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ
Guía: Te adoramos, oh
Cristo, y te bendecimos. Todos: Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lector 1: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón. (Mt. 11, 28-29).
Lector 2: Buen samaritano es todo hombre que se para junto al sufrimiento de otro hombre, de cualquier género que ése sea. Buen samaritano es todo hombre sensible al dolor ajeno, el hombre que se conmueve ante la desgracia del prójimo. Buen samaritano es el que ofrece ayuda en el sufrimiento. El hombre no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás. Buen samaritano es el hombre capaz precisamente de ese don de sí mismo. (Juan Pablo II, Salvifici Doloris, 28).
Lector 1: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón. (Mt. 11, 28-29).
Lector 2: Buen samaritano es todo hombre que se para junto al sufrimiento de otro hombre, de cualquier género que ése sea. Buen samaritano es todo hombre sensible al dolor ajeno, el hombre que se conmueve ante la desgracia del prójimo. Buen samaritano es el que ofrece ayuda en el sufrimiento. El hombre no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás. Buen samaritano es el hombre capaz precisamente de ese don de sí mismo. (Juan Pablo II, Salvifici Doloris, 28).
Guía: Oh Jesús que has
caído con la cruz a cuestas y te pones nuevamente en pie, enséñanos a
levantarnos sin desalientos de nuestras caídas y a reanudar el camino llenos de
esperanza. Danos la fuerza del Espíritu, para llevar contigo la cruz de nuestra
debilidad. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Todos: Amén.
IV JESÚS SE ENCUENTRA CON SU MADRE SANTÍSIMA
Guía: Te adoramos, oh
Cristo, y te bendecimos. Todos: Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lector 1: Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón
(Lc. 2, 19).
Lector 2: Nadie ha experimentado, como la Madre del Crucificado, el misterio de la cruz; el pasmoso encuen-tro de la trascendente justicia divina con el amor: el ¡beso! dado por la misericordia a la justicia. Nadie como ella, María, ha acogido de corazón ese misterio: aquella dimensión verdaderamente divina de la redención, llevada a efecto en el Calvario mediante la muerte de su Hijo, junto con el sacrificio de su corazón de madre, junto con su "fiat" definitivo (Juan Pablo II, Dives in Misericordia, 9).
Lector 2: Nadie ha experimentado, como la Madre del Crucificado, el misterio de la cruz; el pasmoso encuen-tro de la trascendente justicia divina con el amor: el ¡beso! dado por la misericordia a la justicia. Nadie como ella, María, ha acogido de corazón ese misterio: aquella dimensión verdaderamente divina de la redención, llevada a efecto en el Calvario mediante la muerte de su Hijo, junto con el sacrificio de su corazón de madre, junto con su "fiat" definitivo (Juan Pablo II, Dives in Misericordia, 9).
Guía: Oh María, tú que has
recorrido el camino de la cruz junto con tu Hijo, quebrantada por el dolor en
tu corazón de madre, suplica para nosotros y para los hombres de las
generaciones futuras la gracia del abandono en el amor de Dios. Haz que, ante
el sufrimiento, el rechazo y la prueba, por dura y larga que sea, jamás dudemos
de su amor. Por Cristo Nuestro Señor.
Todos: Amén.
V EL CIRENEO AYUDA A CARGAR LA CRUZ
Guía: Te adoramos, oh
Cristo, y te bendecimos.
Todos: Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lector 1: Tomaron a Jesús y lo llevaron fuera para crucificarlo. Mientras salían, encontraron a un transeúnte, un cierto Simón de Cirene, y le obligaron a tomar la cruz detrás de Jesús. (Mc. 15, 20-21).
Lector 1: Tomaron a Jesús y lo llevaron fuera para crucificarlo. Mientras salían, encontraron a un transeúnte, un cierto Simón de Cirene, y le obligaron a tomar la cruz detrás de Jesús. (Mc. 15, 20-21).
Lector 2: Es Jesús mismo quien toma la iniciativa y llama a seguirle. La llamada
está dirigida sobre todo a aquellos a quienes confía una misión particular,
empezando por los Doce. Pero también es cierto que la condición de todo
creyente es ser discípulo de Cristo (cf. Hch 6, 1). No se trata aquí solamente
de escuchar una enseñanza y de cumplir un mandamiento, sino de algo mucho más
radical: adherirse a la persona misma de Jesús, compartir su vida y su destino,
participar de su obediencia libre y amorosa a la voluntad del Padre. (Juan
Pablo II, Veritatis Splendor, 19).
Guía: Cristo Jesús, que has
concedido a Simón de Cirene la dignidad de llevar tu cruz, acógenos también a
nosotros bajo su peso y concédenos la gracia de la disponibilidad. Haz que no
apartemos nuestra mirada de quienes están oprimidos por la cruz de la
enfermedad, de la soledad, del hambre y de la injusticia. Tú que vives y reinas
por los siglos de los siglos.
Todos: Amén.
VI LA VERÓNICA ENJUGA EL ROSTRO DE JESÚS
Guía: Te adoramos, oh
Cristo, y te bendecimos. Todos: Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lector 1: Y todo aquél que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a
uno de estos pequeños, no perderá su recompensa. (Mt. 10, 42).
Lector 2: ¿No es quizás un dato incontestable que fueron precisamente las
mujeres quienes estuvieron más cercanas a Jesús en el camino de la cruz y en la
hora de la muerte? Un hombre, Simón de Cirene, es obligado a llevar la cruz
(cf. Mt 27,32); en cambio, numerosas mujeres de Jerusalén le demuestran
espontáneamente compasión a lo largo del vía crucis (cf. Lc 23, 27). La figura
de la Verónica, aunque no sea bíblica, expresa bien los sentimientos de la
mujer en la vía dolorosa. (Juan Pablo II, Jueves Santo de 1995).
Guía: Señor Jesucristo, tú
que aceptaste el gesto desinteresado de amor de una mujer y, a cambio, has
hecho que las generaciones la recuerden con el nombre de tu rostro, haz que
nuestras obras nos hagan semejantes a ti y ofrezcan al mundo el reflejo de tu
infinito amor. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Todos: Amén.
VII JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ
Guía: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. Todos: Que por tu santa cruz
redimiste al mundo.
Lector 1: Vino a su casa, y los suyos no le recibieron. Pero a todos los
que le recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios (Jn. 1,11-12)
Lector 2: La humanidad ha hecho admirables descubrimientos y ha alcanzado
resultados prodigiosos. Pero el cambio fundamental, cambio que se puede definir
«original», es el cambio entre el «caer» y el «levantarse», entre la muerte y
la vida. Es también un constante desafío a las conciencias humanas, un desafío
a toda la conciencia histórica del hombre: el desafío a seguir la vía del «no
caer» en los modos siempre antiguos y siempre nuevos, y del «levantarse», si se
ha caído (Juan Pablo II Redemptoris Mater Conclusión).
Guía: Señor Jesucristo, que caes bajo el peso del pecado del hombre y te
levantas para tomarlo sobre ti y borrarlo, concédenos a nosotros, hombres
débiles, la fuerza de llevar la cruz de cada día y de levantarnos de nuestras
caídas, para llevar a las generaciones futuras el Evangelio de tu poder
salvador. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Todos: Amén..
VIII JESÚS CONSUELA A LAS SANTAS MUJERES
Guía: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. Todos: Que por tu santa cruz
redimiste al mundo.
Lector 1: Le seguían una gran muchedumbre del pueblo y de mujeres que
lloraban y se dolían por Él. Vuelto a ellas, Jesús dijo: Hijas de Jerusalén, no
lloréis por mí; llorad, más bien, por vosotras mismas y por vuestros hijos.
Porque si esto se hace en el leño seco, ¿en el verde qué se hará? (Lc. 23,
27-31).
Lector 2: A Cristo, el Hombre-Dios, se dirige la mirada: en su rostro
desfigurado, varón de dolores, descubre ya el anuncio profético del rostro
transfigurado del Resucitado. Al espíritu contemplativo Cristo se revela como a
las mujeres de Jerusalén, que subieron a contemplar el misterioso espectáculo
del Calvario. Y así, formada en esa escuela, la mirada se acostumbra a
contemplar a Cristo también en los pliegues escondidos de la creación y en la historia
de los hombres, también ella comprendida en su progresivo conformarse al Cristo
total. (Juan Pablo II, Orientale Lumen, 12).
Guía: Cristo, que has
venido a este mundo para visitar a todos los que esperan la salvación, haz que
nuestra generación reconozca el tiempo de tu visita y tenga parte en los frutos
de tu redención. No permitas que por nosotros y por los hombres del nuevo siglo
se tenga que llorar porque hayamos rechazado la mano del Padre misericordioso.
A ti, Jesús, nacido de la Virgen, Hija de Sión, honor y gloria por los siglos
de los siglos.
Todos: Amén.
IX JESÚS CAE POR TERCERA VEZ
Guía: Te adoramos, oh
Cristo, y te bendecimos. Todos: Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lector 1: Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan y con
mentira digan contra vosotros todo género de mal por mí. Alegraos y regocijaos,
porque grande será en el cielo vuestra recompensa. (Mt. 5, 11-12).
Lector 2: El misterio pascual lleva en sí la más completa revelación de la
misericordia, es decir, del amor que es más fuerte que la muerte, más fuerte
que el pecado y que todo mal, del amor que eleva al hombre de las caídas graves
y lo libera de las más grandes amenazas (Juan Pablo II, Dives in misericordia
15).
Guía: ¡Oh Jesús que caes
por la tercera vez bajo la cruz! Te pedimos para todos los corazones humanos la
gracia de la contrición de los pecados: la gracia del dolor saludable de la
conciencia. Por Cristo Nuestro Señor. Todos: Amén.
X JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS
Guía: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. Todos: Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
X JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS
Guía: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. Todos: Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lector 1: Se repartieron sus vestiduras, echando a suertes sobre ellos para saber lo que había de tomar cada uno. (Mc. 15, 24).
Lector 2: “Siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza” (2 Co 8, 9). La pobreza de la que habla Pablo no consiste sólo en despojarse de privilegios divinos, sino también en compartir las condiciones más humildes y precarias de la vida humana (cf. Flp 2, 6-7). Jesús vive esta pobreza durante toda su vida, hasta el momento culminante de la cruz: “se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz” (Juan Pablo II Evangelium Vitae II).
Guía: Señor Jesús, que con total entrega has aceptado la muerte de cruz por nuestra salvación, haznos partícipes de tu sacrificio en la cruz, para que nuestro existir y nuestro obrar tengan la forma de una participación libre y consciente en tu obra de salvación. A ti, Jesús, Sacerdote y víctima, honor y gloria por los siglos.
Todos: Amén.
XI JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ
Guía: Te adoramos, oh
Cristo, y te bendecimos. Todos: Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lector 1: Cuando llegaron al Calvario, le crucificaron entre los dos
malhechores, uno a la derecha y el otro a la izquierda. Y Jesús repetía:
¡Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen!. (Lc. 23, 33-34).
Lector 2: Dios, en su eterno amor, ha elegido al hombre desde la
eternidad: lo ha escogido en su Hijo. Dios ha elegido al hombre para que pueda alcanzar
la plenitud del bien mediante la participación en su vida misma: vida divina,
mediante la gracia. Lo ha escogido desde la eternidad y de modo irreversible.
Ni el pecado original, ni toda la historia de los pecados personales y de los
pecados sociales han logrado disuadir al eterno Padre de su Amor. (Juan Pablo
II, 8 de diciembre de 1978).
Guía: Cristo elevado, Amor
crucificado, llena nuestros corazones de tu amor, para que reconozcamos en tu
cruz el signo de nuestra redención y, atraídos por tus heridas, vivamos y
muramos contigo, que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo, ahora y
por los siglos de los siglos.
Todos: Amén.
XII JESÚS MUERE EN LA CRUZ
Guía: Te adoramos, oh
Cristo, y te bendecimos. Todos: Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lector 1: Era ya cerca de la hora sexta, cuando, al eclipsarse el
sol, la oscuridad cayó sobre toda la tierra hasta la hora nona. El velo del
santuario se rasgó por medio, y Jesús, dando un fuerte grito, dijo: ¡Padre, en
tus manos pongo mi espíritu! Y dicho esto, expiró. Toda la gente que había
acudido a aquel espectáculo, al ver lo que pasaba, se volvió golpeándose el
pecho. (Lc. 23, 44-48).
Lector 2: Jesús con su muerte revela que al final de la vida el
hombre no está destinado a sumergirse en la oscuridad, en el vacío existencial,
en la vorágine de la nada, sino que está invitado al encuentro con el Padre,
hacia el que se ha movido en el camino de la fe y del amor durante la vida, y
en cuyos brazos se ha arrojado con santo abandono en la hora de la muerte.
(Juan Pablo II, 7 de diciembre de 1988).
Guía: Señor Jesucristo, Tú que en el momento de la agonía no has permanecido indiferente a la suerte del hombre y con tu último respiro has confiado con amor a la misericordia del Padre a los hombres y mujeres de todos los tiempos con sus debilidades y pecados, llénanos de tu Espíritu de amor, para que nuestra indiferencia no haga vanos en nosotros los frutos de tu muerte. A ti, Jesús crucificado, sabiduría y poder de Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos.
Guía: Señor Jesucristo, Tú que en el momento de la agonía no has permanecido indiferente a la suerte del hombre y con tu último respiro has confiado con amor a la misericordia del Padre a los hombres y mujeres de todos los tiempos con sus debilidades y pecados, llénanos de tu Espíritu de amor, para que nuestra indiferencia no haga vanos en nosotros los frutos de tu muerte. A ti, Jesús crucificado, sabiduría y poder de Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos.
Todos. Amén.
XIII JESÚS ES DESCLAVADO DE LA CRUZ
Guía: Te adoramos, oh
Cristo, y te bendecimos. Todos: Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lector 1: Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y
para ser señal de contradicción-¡y a ti misma una espada te atravesará el
alma!- a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones.
(Lc. 2, 34b-35).
Lector 2: La cruz es la inclinación más profunda de la Divinidad hacia el
hombre y todo lo que el hombre -de modo especial en los momentos difíciles y
dolorosos- llama su infeliz destino. La cruz es como un toque del amor eterno
sobre las heridas más dolorosas de la existencia terrena del hombre. (Juan
Pablo II, Dives in Misericordia, 8).
Guía: María, tú que
permaneciste al pie de la cruz, alcánzanos la gracia de la fe, de la esperanza
y de la caridad, para que también nosotros, como tú, sepamos perseverar bajo la
cruz hasta al último suspiro. A tu Hijo, Jesús, nuestro Salvador, con el Padre
y el Espíritu Santo, todo honor y toda gloria.
Todos: Amén.
Todos: Amén.
XIV JESÚS ES COLOCADO EN EL SEPULCRO
Guía: Te adoramos, oh
Cristo, y te bendecimos. Todos: Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lector 1: Pilato, informado por el centurión, concedió el cuerpo a José,
quien, comprando una sábana, lo descolgó de la cruz, lo envolvió en la sábana y
lo puso en un sepulcro que estaba excavado en roca; luego, hizo rodar una
piedra sobre la entrada del sepulcro. María Magdalena y María la de José se
fijaban dónde era puesto. (Mc. 15, 45-47).
Lector 2: ¿Qué nos está diciendo pues la Cruz de Cristo, que es en cierto sentido la última palabra de su mensaje y de su misión mesiánica?
Y sin embargo, ésta no es aún la última palabra del Dios de la alianza: esa
palabra será pronunciada en aquella alborada, cuando las mujeres primero y los
Apóstoles después, venidos al sepulcro de Cristo crucificado, verán la tumba
vacía y proclamarán por vez primera: ¡Ha resucitado! Ellos lo repetirán a los
otros y serán testigos de Cristo resucitado.
(Juan Pablo II, Dives in Misericordia, 7).
Guía: Señor Jesucristo, que por el Padre, con la potencia del Espíritu
Santo, fuiste llevado desde las tinieblas de la muerte a la luz de una nueva
vida en la gloria, haz que el signo del sepulcro vacío nos hable a nosotros y a
las generaciones futuras y se convierta en fuente viva de fe, de caridad
generosa y de firmísima esperanza. A ti, Jesús, presencia escondida y
victoriosa en la historia del mundo honor y gloria por los siglos.
Todos: Amén.
Guía: Oremos ¡Oh, Hijo del eterno Padre, Jesucristo Señor nuestro, verdadero rey del universo, amigo! ¿Cuál es la lección de vida y el testamento que Tú nos has dejado en este mundo a nosotros, tus discípulos y seguidores? ¿No has sido Tú el grano de trigo que, arrojado al surco de la cruz, has muerto y resucitado, te has cargado de fruto de vida eterna para Ti y para el mundo entero? ¡Haznos seguidores tuyos de verdad, marcados con el signo indeleble de tu cruz en nuestros corazones y en nuestras vidas! ¡Haz que sepamos recoger los frutos de vida eterna para nosotros y nuestros hermanos del árbol fecundo de la cruz! ¡María!, acompáñanos en nuestro peregrinar y alcánzanos, como a los primeros apóstoles, la asistencia del Espíritu Santo para que inunde nuestras almas de luz y transforme en fortaleza nuestra debilidad. Por Cristo nuestro Señor.
Todos: Amén.